Autor: Juan Francisco Escudero
7 de Diciembre de 2006
En un universo dominado en su mayoría por hombres atléticos, fibrosos, y musculados, existió también espacio entre la excelencia para un jugador que no respondía a estos cánones físicos imperantes en la era moderna de la NBA. Es más que probable que la tendencia en el futuro del baloncesto, en lo referente a los jugadores dominantes, vaya hacia la unidimensionalidad, encarnada en atletas muy fuertes y provistos de una capacidad física que les haga prevalecer sobre el resto, sin embargo, podremos contar a nuestros nietos cómo hubo un tiempo en el que un tipo blanco, más bien rellenito, que no era demasiado rápido y que saltaba lo justo, siendo generosos, fue capaz no solo de reunir en torno a su figura una aureola de terror e invencibilidad, sino de recuperar durante una década la mística perdida de la franquicia más laureada en el deporte norteamericano.
Recordemos algunos de sus momentos más significativos. Este puede ser el comienzo de una gran... rivalidad. Aquel día de la primavera de 1979, un abatido “Sycamore” de Indiana State con el número 33 a la espalda recurrió a su orgullo y se prometió a sí mismo que habría una futura ocasión, y que terminaría de manera bien distinta. Su gran enemigo le había superado en el momento más importante. Y como todo en la vida, aquella ocasión se presentó. Larry y Magic, Magic y Larry, tanto monta, monta tanto. La mayor rivalidad que ha conocido el baloncesto profesional en América conocía un nuevo resurgir con la llegada de estos dos monstruos al primer plano de la actualidad y su primer enfrentamiento en una final profesional, un hecho largamente esperado por los buenos aficionados en general.
Las series finales de 1984 comienzan con dos partidos en el Boston Garden en los que cada equipo consigue llevarse el gato al agua en una ocasión, de forma agónica los Celtics en el segundo, de forma más clara los Lakers en el primero. Pero tras el tercer capítulo de este particular drama a siete actos disputado en el viejo Forum, una tremenda paliza que eleva a los altares al show-time, al “pass & run” de los Lakers, el capitán Larry Bird realiza las famosas declaraciones en las que tilda a sus compañeros como “sissies”, calificativo en el que se auto incluye. Ya nada sería igual, declaraciones como estas a menudo tienen el efecto contrario al que buscan... pero no en esta ocasión.
En el cuarto lo verdaderamente importante es la nueva disposición anímica de los Celtics, han reconocido abiertamente que con la actitud del tercer partido no van a ningún sitio. Unos segundos después de una disputa verbal bastante acalorada entre Magic y M.L. Carr (el famoso agitador de toallas del Garden), el aparentemente tranquilo K.C. Jones recibe una técnica por parte del árbitro Jess Kersey. La cosa empieza a calentarse, los ánimos se caldean, el share se dispara, los espectadores se arremolinan ante el televisor, se empieza a fraguar la tángana, se huele la sangre...
Tras canasta de Michael Cooper, todavía en el segundo cuarto, Larry Bird desplaza con sus posaderas al liviano base angelino contra los fotógrafos de prensa a la hora de sacar de fondo.
En el tercer cuarto llega la jugada decisiva del partido, y quizás de toda la serie, la que marcaría un punto de inflexión claro, con 76-70 en el electrónico y tras un fallo en el tiro de Dennis Johnson, se monta el habitual contraataque de los Lakers, Jabbar saca largo sobre Worthy que pasa inmediatamente a Kurt Rambis, el cual llega por la calle derecha según su ataque dispuesto a dejar la bandeja fácil. Pero Kevin McHale no lo permite, agarra del cuello al incrédulo Kurt, y en una acción violenta lo tira al suelo sin ninguna contemplación con evidente peligro para la integridad física del osado ala-pívot rubio. Evidentemente ambos banquillos se vacían inmediatamente en busca de gresca y en defensa de sus respectivos compañeros. Como declararía Pat Riley (el entrenador de L.A.) al final de partido, “los Celtics se comportaron como un puñado de matones”.
Pero aquí no acabaría la cosa, unos minutos más tarde, Kareem falla uno de sus “sky-hooks”, pelea por el rebote ofensivo con Bird, soltando los codos y alcanzando la cara del bostoniano, Bird le pide explicaciones y se vuelve a montar la de Cristo a base de improperios mutuos, Kareem manda a Larry varias veces a ese sitio al que ninguno nos gusta estar y la temperatura emocional sube por momentos.
El accidentado tercer período acaba con 90-88 pero con la sensación de que Boston ha recuperado el aliento y se siente más cómodo en este ambiente hostil, su nivel de intensidad ha crecido hasta ser competitivos de nuevo, es la ocasión de dar un golpe de mano en L.A. Tras llegarse a la inevitable prórroga, la igualdad se mantiene hasta el empate a 123... En el banquillo de Boston, un tipo rubio grita: “YOU WANT TO WIN THE GAME? GIVE ME THE BALL AND GET OUT OF MY WAY”. Bird cumple la promesa y M.L. Carr rubrica la victoria.
Las tornas han cambiado, los “Thugs”(matones, delincuentes, según declara Pat Riley) de Boston toman el control, han olido la sangre y se ceban en el enemigo público Nº 1 de los Celtics. Muchos años más tarde algunos de los protagonistas rememoran lo ocurrido. M.L. Carr: “We used to call him “Cheesy” Johnson, we hated him, we hated his perfect smile, everything he represented”. Cedric Maxwell: “After those two unforced errors he made in the second game and right before overtime in the fourth, we nicknamed him with the alias “Tragic” Johnson”.
Al final Bird consigue su venganza en siete partidos y la pesadilla se desvanece por arte de Magia (“You get frustrated when you lose knowing you´re the better team, especially Larry beating me. That struck me for a long time”).
Hay quien dice que su pretendida pose como amigos entrañables, iniciada tras la grabación de su famoso anuncio para la marca de zapatillas Converse y mantenida hasta las respectivas retiradas de ambos, no era más que eso, una pose, una teatralización, pero que en el fondo se odiaban, al igual que el resto de sus compañeros, mostraban una rivalidad extrema debido a que representaban valores demasiado diferentes, casi opuestos.
En una ocasión Larry Bird declaró (refiriéndose al propio Michael) que Dios había bajado del cielo y se había disfrazado de jugador de baloncesto, pero a Larry no le hacía falta llegar a esos extremos para demostrar su categoría, simplemente le bastaría con convencer al propio Dios para que moviera las canastas y las colocara en el sitio adecuado cuando él soltara el balón.
El “Oliver Twist” del Viejo Boston Garden Charles Dickens nunca pensaría que uno de sus personajes más famosos serviría de inspiración para una de las historias más singulares y crueles que tuvieron lugar en la mejor liga de este loco deporte de nuestras entretelas. Hagamos memoria... Unos guantes de boxeo colgados de una de las gradas y un cartel rememorando el viejo Oeste americano de John Wayne formaba parte del comité de bienvenida con el que los aficionados verdes obsequiaban a los Bad Boys de Detroit y a su principal cabecilla, el odiado Bill Laimbeer. Las marcas de guerra en la cara y en el cuerpo de “Wild Bill” denotaban perfectamente que el tipo no saltaba a la cancha precisamente a bailar ballet y a repartir rosas, sino a hacerse respetar.
Pero el tiempo transcurre y faltan solo 5 segundos para terminar el partido y el resultado es de 106-107 a favor de los visitantes Detroit Pistons, los cuales además tienen la posesión de balón en su propio campo y van a sacar de banda desde el lado derecho según su ataque. El entrenador de Detroit, Chuck Daly, se desgañita desde su banquillo al otro lado de la pista pidiendo a sus jugadores que soliciten tiempo muerto al árbitro principal. Pero el quinteto en pista, llevado por el ambiente y la tremenda descarga de adrenalina, desoye las instrucciones de su entrenador. Isiah Thomas recibe el balón del árbitro y ve desmarcado a su compañero Bill Laimbeer, y pone la bola en juego de forma precipitada. El resto es historia... "Now there's a steal by Bird! Underneath to DJ! He lays it up and in!! ... What a play by Bird! Bird stole the inbounding pass, layed it up to DJ, and DJ layed it up and in, and Boston has a one-point lead with one second left! OH, MY, THIS PLACE IS GOING CRAZY!!!" No creo necesario traducir las palabras que el recordado Johnny Most pronunció en aquella memorable ocasión, describen perfectamente los cuatro segundos más famosos de la carrera del número 33 de los Boston Celtics, Larry Bird.
Larry declararía al final del partido lo siguiente: “Lo lógico era hacer falta cuanto antes para parar el reloj y llevarlos a la línea, teníamos cinco segundos por delante y una oportunidad para ganar o al menos empatar el partido. Me extrañó que los Pistons no pidieran tiempo muerto, así que cuando vi que Laimbeer sería el receptor del pase de Thomas lo único que pensaba era en hacerle falta y no dejar correr el tiempo. Jerry (Sichting) hizo un buen trabajo dificultando el campo de visión de Isiah, lo que me dio el tiempo suficiente para llegar a interceptar el balón y pasar a Dennis Johnson”. La demostración de sangre fría y determinación resultó demoledora. O acaso se tratase de un milagro.
Pero lo que no demasiados conocen es el lado oscuro de Bird como furioso “trash-talker” . Y esta circunstancia nos ha dejado momentos impactantes, bastante habituales en la NBA actual, por cierto. Citaremos algunos ejemplos de Bird y su lengua viperina en completo funcionamiento: La famosa noche en el año 1984 en la que se pasó todo el partido provocando a Julius Erving, jaleando cada canasta que anotaba en la cara del Dr. J. y burlándose de su pobre juego. Cuando Bird había ya anotado 42 puntos y Erving solo 6, éste se cansó y la chispa saltó enseguida, formándose la inevitable tángana. Ambos resultaron expulsados, lógicamente.
En el All-Star weekend de 1986 se celebraba el primer concurso de triples. Al llegar al vestuario Bird anunció a sus rivales que vencería fácilmente y preguntó quién estaría dispuesto a ser segundo. Al año siguiente, en Dallas, repitió la jugada, a lo que su colega Danny Ainge, rival en el concurso, contestó, dirigiéndose al resto, “vosotros solo tenéis que aguantarle un día, pero es que yo tengo que aguantarle alardear toda la temporada, es un suplicio”.
En un partido igualado en Seattle, temporada 1985-86, Bird indicó el sitio exacto desde donde anotaría la canasta ganadora al rookie Xavier McDaniel. Con dos segundos por jugar y tras tiempo muerto, Bird recibió de espaldas al aro con Mr X marcándolo, y tras una finta se echó hacia atrás y anotó desde el lugar exacto desde donde predijo en la cara del atribulado jugador de los Sonics.
En un partido en Indiana, precisamente el día de Navidad, le dijo al jugador local Chuck Person que le haría un regalo de Navidad. Bird intentó un triple, con Person sentado en el banquillo a pocos metros de él, y mientras el balón volaba hacia el aro, Bird espetó, “Merry fucking Christmas”. Por supuesto, anotó la canasta, y la traducción nos la ahorramos para no herir susceptibilidades, o por si hay niños despiertos a estas horas.
Bill Walton cuenta que en su año sano en los Celtics un día Kevin McHale estaba lesionado y el ocuparía su puesto en el quinteto. Se dirigió a Bird diciendo algo así como: “hoy que Kevin no juega yo me ocuparé de hacer sus tiros y anotar sus puntos”, a lo que Larry espetó: “Ni hablar, cogerás sus rebotes, yo me encargaré de los puntos”.
Y así podríamos seguir, pero estas pinceladas son suficientes para crearnos una idea de la competitividad sin límites propia de una figura decisiva para entender la NBA de hoy en día. El hombre tranquilo, el calificado a sí mismo como “Hick from French Lick”, el provinciano, ya cumple medio siglo. Sin duda, el hecho constituye un motivo de celebración.
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