Fuente: eldiadecordoba.es
Lo de Empleado del Departamento de Mantenimiento de Frech Lick era poco más de un eufemismo. Trabajaba de basurero, y punto. Pero, desde luego, era el menos discreto de todos. No por su carácter tímido, sino porque en 1974 era el único basurero de más de dos metros de French Lick, y probablemente también de todo el estado de Indiana.
La necesidad es la necesidad, y en su casa siempre había faltado el dinero. Aunque fuera para pagar las cervezas que Joe, el cabeza de familia, consumía habitualmente. Cada vez más, y nadie podía ocultarlo. Se decía que el matrimonio Bird no funcionaba. Y es que en un pueblo de menos de 2.000 habitantes es difícil guardar un secreto.
Cada vez que Larry Bird levantaba uno de esos contenedores de basura tan característicos de las viviendas monofamiliares estadounidenses, recordaba su breve paso por la universidad de Indiana. Si aquel pueblo ya le parecía grande –Bird nació en West Baden, una aldea de 600 habitantes–, la enormidad de Indianápolis, que ya había rebasado el millón de ciudadanos, y el extenso campus de Bloomington, donde residían casi 10.000 estudiantes de los más de 30.000 matriculados en el centro académico, le resultó inabarcable.
Y el entrenador, Bobby Knight… Su anterior empleo fue como 'coach' del equipo del ejército de EE. UU.. Por eso tuvo que irse: no soportaba aquello. En el fondo, el chascarrillo entre carcajadas que siempre escuchó a sus espaldas debía ser cierto. No era más que un 'Hick of French Lick'. Un paleto de French Lick. Lo tenía asumido. Pero la vida seguía, y el deporte debía quedar al margen. Y no es fácil renunciar a algo así si vives en un estado donde el baloncesto es una religión, donde todos se declaran Hoosiers, donde la gesta que todo el mundo recuerda es aquella canasta de Bobby Plump que hizo campeones del estado a los jugadores del modesto college de Milan, otro pueblo, como French Lick, de menos de 2.000 habitantes.
Las cosas empeoraron en 1975. Para Larry cada vez era más difícil no ver a su padre borracho. Su muerte –su suicidio– no sorprendió a casi nadie. Quizá por eso volvió a pensar en el baloncesto. O tal vez no tuviera más remedio que hacerlo. Y cuando Bob King, el técnico de la menor universidad de Indiana State, se acercó a su casa para ofrecerle una salida de aquel infierno, Bird no tuvo más remedio que aceptar. Además, el de los Sycamores era un campus que se adaptaba más a lo que necesitaba que aquel de Bloomington: apenas 7.000 estudiantes cerca de Terre Haute, una población que no llegaba a los 50.000 ciudadanos. En noviembre del 75, Bird se enfundó por primera vez el 33 de los Sycamores. Indiana State ganó el partido. Por supuesto.
Lo que vino después forma parte de la leyenda: trofeo Oscar Robertson al mejor jugador universatario en 1979, finalista de la NCAA el mismo año, novato del año en 1980, tricampeón con los Celtics de Boston, tres veces MVP de la NBA, doce veces All star. miembro del Dream Team original, elegido entro los 50 mejores jugadores de la historia del baloncesto, miembro del salón de la fama de Springfield desde 1998, finalista de la NBA y mejor técnico de la Liga en 2000 y, desde 2003, presidente de operaciones del Indiana Pacers, la joya de la corona de esa Indianápolis de la que tuvo que huir, asustado, en otoño de 1974.
Pese a todo, cuando no hubo baloncesto de por medio, siempre fue un tipo tímido y humilde. No en vano un día tuvo que pasear todo su talento entre la basura de French Lick.
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